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¿Sabéis quién fue el genio español que levantó el Imperio ruso?

El creador del primer telégrafo en España se convirtió en uno de los más laureados ingenieros e inventores de Rusia.
El Palacio de Invierno, tal y como lo veían los zares.
Betancourt (1758-1824), cuyo nombre completo era Agustín José Pedro del Carmen Domingo de Candelaria de Betancourt y Molina, alcanzó la fama fuera de su país natal aunque inició su carrera en España de una manera brillante. A los 30 años dirigió la construcción del primer telégrafo español. En él, utilizó una codificación binaria de la información: a cada letra le asignaba un código de ocho bits. ¡Como en los ordenadores actuales!

El inventor canario fue captado por Rusia a la edad de 50 años para formar parte del Departamento de Vías de Comunicación de Rusia. “Alejandro I ofreció a Betancourt un notable sueldo para que coordinara la enseñanza de la ingeniería en Rusia. Atrajo al científico exactamente igual que algunos países atraen hoy a los cerebros de otras naciones. Y estos van allí donde mejor se les paga”, señala Olga Yegórova, doctora en Ciencias Históricas y profesora de la MGTU (Universidad Estatal Técnica de Moscú, por sus siglas en ruso).

A lo largo de sus 16 años de servicio en el país eslavo, Agustín de Betancourt se esforzó por situar a Rusia a la vanguardia tecnológica. Bajo su mando se llevó a cabo la reforma de la fábrica de armas de Tula mediante la instalación de una máquina de vapor, la ampliación del puerto de Krondstadt y la construcción de un canal entre la fábrica del Izhora y San Petersburgo, para lo que se empleó una draga a vapor que él mismo inventó.

Con su participación se construyó también la primera carretera importante de Rusia: el trayecto San Petersburgo-Nóvgorod-Moscú. Dirigió hasta el final de su vida el Instituto de Vías de Comunicación de San Petersburgo, fundado a iniciativa suya, una institución que sentó las bases de la escuela de ingeniería rusa.

Su primer proyecto ruso fue el acueducto de la fuente, que muestra a una muchacha con una jarra, situado en el parque de Catalina, en las afueras de San Petersburgo. Como nota de color, valga decir que la fuente aparece en algunos versos de Pu­shkin y Ajmátova. Betancourt predicó los principios de la belleza, la sencillez y la comodidad. En ocasiones contemplaba alguna máquina y exclamaba: “Qué horror... probablemente se romperá pronto”.

Participó también en la construcción del Manezh de Moscú —principal centro de exposiciones de la capital—, para el que se proyectó un techado sin apoyos intermedios que cubriría una superficie de dimensiones enormes para la época (166 x 45 metros), un espacio que permitía marchar libremente en su interior a un regimiento de soldados completo. Antes de erigirlo, buscando el lugar adecuado para levantarlo, paseó mucho por los alrededores del Kremlim. 

El emperadorAlejandro I ordenó construir el Manezh junto al puente Borovitski, pero el ingeniero español escogió un lugar que permitiera incluir el nuevo edificio en el paisaje histórico sin ocultar el Kremlin. Así se hizo. Respecto a este edificio, pocos saben que su tejado no es simétrico: la parte por donde entra el sol es más ancha que la zona cubierta por la sombra. El motivo: que la cubierta pueda soportar las fuertes nevadas de Moscú sin derrumbarse. 

Betancourt fue asimismo miembro de la comisión para la construcción de la catedral de San Isaac en San Petersburgo. Gracias a los mecanismos elevadores in­tro­ducidos en sus proyectos se pudieron montar las columnas de la catedral y la columna de Alejandro, situada en la plaza Dvo­rotsóvaya de San Petersburgo. Para levantarla fueron necesarios 2.000 soldados y 400 obreros. Fue también Betancourt quien construyó el primer puente sobre el río Neva y otro en arco sobre el Málaya Nevka, entre las islas Aptekarski y Kamenni. Ambas construcciones se convirtieron en obras maestras del diseño de la época.

El español asumió asimismo proyectos inesperados. Tras la guerra con Napoleón, apareció en Rusia una enorme cantidad de dinero falso introducido por los agentes del mandatario francés. Sobre el país se cernía la amenaza de una crisis económico-financiera cuando, a partir de un proyecto suyo, se puso en marcha la construcción de una fábrica de papel moneda (Gosznak), que hoy sigue vigente.

Espía industrial.

Lo que casi nadie sabe, cuenta Olga Yegórova, es que Betancourt fue “el primer espía industrial del mundo”.

“El Gobierno español le pagó una cuantiosa suma de dinero para que recopilara los mejores avances tecnológicos y luego los diera a conocer en su país natal”, subraya la historiadora.

No obstante, a pesar de su brillante carrera, al final el constructor acabó cayendo en desgracia y el emperador ruso lo apartó de todos sus cargos. En 1823 murió su amada hija Agustina al dar a luz, lo que acabó afectando a la salud del científico. Betancourt fue enterrado en el cementerio Smolénskoye para después ser trasladado al monasterio de Alexánder Nevski. Su tumba se encuentra en la calle que lleva su nombre, Betancourt (ulitsa Betankúrovskaya). Su lápida es la más alta de esta necrópolis donde está enterrada la aristocracia rusa.

Como muestra de su trascendencia en Rusia, el trayecto San Petersburgo-Moscú está cubierto por un tren de lujo denominado Smena: A. Betancourt. Uno de los planetas menores del sistema solar —clasificado con el número 11446— fue bautizado con su nombre, y en 1995 el Ministerio de Vías de Comunicación de Rusia creó la medalla conmemorativa Betancourt, que fue concedida al rey Juan ­Carlos I en su segunda convocatoria.

Vía: RBTH

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